El arzobispo de la Diócesis de Santa Fe de Antioquia, monseñor Hugo Alberto Torres, tiene una visión clara sobre el papel de la minería en el desarrollo de los territorios: no se trata de rechazarla, sino de hacerla bien, con conciencia, responsabilidad y respeto por la vida y la naturaleza.
“No podemos demonizar la minería. No podemos verla como un mal. Lo que está mal es el mal manejo que se le da”, afirma con serenidad, mientras explica que en regiones como el Occidente antioqueño la minería ha sido, desde antes de la Colonia, el gran motor económico. Para él, el reto no es oponerse a la actividad, sino acompañarla desde la formación humana y social, promoviendo la formalización y el buen uso de los recursos.
Desde hace más de 25 años, la Arquidiócesis impulsa las Escuelas Agropecuarias, espacios de formación integral para campesinos y líderes comunitarios que hoy se fortalecen gracias a alianzas con empresas como Zijin Continental Gold. A través de este trabajo conjunto, familias de municipios como Buriticá, Giraldo, Cañasgordas y Santa Fe de Antioquia han recibido insumos, semillas, biodigestores y maquinaria para emprender proyectos productivos sostenibles.
“La empresa minera ha cumplido con su compromiso social, apoyando a comunidades rurales que hoy mejoran su sustento y garantizan su seguridad alimentaria”, explica monseñor Torres. En esa relación, la Iglesia cumple un papel mediador: ayudar a que la minería formal contribuya al bienestar colectivo y a que los mineros informales encuentren caminos hacia la legalidad y el trabajo digno.
El prelado también destaca los efectos positivos de la minería organizada: pago de impuestos, generación de empleo formal y fortalecimiento de la economía local. “¿Se imagina a Buriticá recibiendo todos los impuestos que no pagan los informales? Sería una cosa muy distinta”, reflexiona.
Para él, el cambio más profundo está en la mentalidad: “Hay que formar al trabajador minero para que respete la casa común, para que dignifique su labor y cuide el agua, la tierra y la vida”. Su llamado es claro: minería sí, pero bien hecha, con conciencia, con sentido humano y con propósito comunitario.
En el Occidente antioqueño, donde la minería y la agricultura se entrelazan, el arzobispo invita a ver esta actividad no como un enemigo, sino como una oportunidad para el desarrollo sostenible. “Todo lo que uno tiene puesto tiene que ver con la minería. El mundo siempre va a necesitar de esos elementos. El trabajo está en el cómo, y para eso hay que organizar a la comunidad”, concluye.
En sus palabras resuena un mensaje de reconciliación entre fe, trabajo y progreso: la minería puede y debe ser fuente de vida, siempre que esté al servicio del bien común.
Consejo de Redacción AdP
Esto es un homenaje a nuestros orígenes, un homenaje a esa Aldea del Piedras que crearon nuestros mayores, un homenaje a su coraje, su dedicación, su esfuerzo, su tesón, y su condición de visionarios.





