Opinión¿TURISMO RURAL U OTRAS ALTERNATIVAS TURÍSTICAS?

El Suroeste antioqueño, después de la crisis cafetera de los noventa y tomando lecciones del Eje Cafetero, ha consolidado en los últi­mos veinticinco años una vocación turística, aunque pocos creían en estas posibilidades para la región. Hablar en 1990 de “la Ruta de las Garzas” por el río Cauca, entre La Pintada y Bolombolo, era solo una osadía que se le ocurrió al visionario Iván Restrepo Gómez, fundador del Encuentro de Dirigentes del Suroeste. Construir...
Consejo de Redacción AdP6 años .177413 min
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El Suroeste antioqueño, después de la crisis cafetera de los noventa y tomando lecciones del Eje Cafetero, ha consolidado en los últi­mos veinticinco años una vocación turística, aunque pocos creían en estas posibilidades para la región. Hablar en 1990 de “la Ruta de las Garzas” por el río Cauca, entre La Pintada y Bolombolo, era solo una osadía que se le ocurrió al visionario Iván Restrepo Gómez, fundador del Encuentro de Dirigentes del Suroeste. Construir un hotel, como lo propuso y ejecutó Ricardo Sierra desde Comfenalco, en Jardín, no pare­cía ser sensato. Apenas dos décadas atrás se requería alzar mucho la voz para pregonar que el Suroeste tenía atractivos, que era una región con potencial e identidad cultural, con biodiversidad, con agua como insumo para la recreación, con paisaje deleitante, con gente genuina. Por fortuna, hoy el potencial turístico del Suroeste es “pan comido”, uno más de los rubros de su economía. Ahora todos quieren quedar en las fotos, hasta los que nunca creyeron en él. El Suroeste está de moda.

Aquí se ha consolidado la modalidad que la CEPAL y los japoneses han denominado “turismo rural”, aunque no necesariamente se desarrolla en zonas rurales. Este concepto se usa en contraposición con el turismo a gran escala y de gran empresa, tiene un enorme componente social y ayuda a distribuir ingreso. Además, desarrolla las potencialidades del territorio y de sus personas, no demanda de cadenas de hoteles sino de casas adecuadas como hoteles modestos, no tiene atractivos artificiales o teatralizados como Las Vegas, sino que aprovecha la quebrada, el na­cimiento de agua, el guadual, los pájaros, la neblina, el balcón colonial, la casa pintoresca con colores vivos, las procesiones tradicionales, las casas campesinas genuinas, el cafetal sin teatro, el chorro de la quebrada, el rumor del rio, el color naranja del amanecer, los cielos estrellados, la luna cadenciosa subiendo desde la cordillera.

Ese mismo turismo rural deja los beneficios en la tienda de esquina donde el visitante acude a comprar, en el señor que tiene tres caballos y arma cabalgatas simples, en el restaurante pueblerino con sazón y sabor de tradición, en la casa grande que fue convertida por la familia en un pequeño hotel digno, en el microempresario que arma tours para conocer el manejo vivo del café o de las vacas o de un cultivo, en la señora que hace tamales para turistas que pasan por las calles, en el dueño de un restaurante o un cafecito que fueron mejorados con esforzada inversión de la familia para aprovechar el nuevo flujo de turistas. Esas y otras muchas son las ventajas de que el turista vaya a nuestros pueblos. ¡A todos!

De meses atrás nos anuncia la Caja de Compensación Familiar de Antio­quia: Comfama, que construirá en territorio de Jericó, sobre la ribera del río Cauca y con influencia en casi todo el cañón del Cartama, uno de sus megaparques recreativos. Según información de prensa, el megaparque cubre ciento treinta y tres hectáreas, contará con piscinas, equipamientos recreativos, restaurantes y zona de conservación ecológica para que los visitantes del parque puedan “entrar en contacto respetuoso y apren­dizaje con la naturaleza”. El mismo medio agrega que el megaparque demandaría el trabajo de mil quinientas personas y llevaría cada año un millón de turistas a sus instalaciones.

Si se mira la ubicación de los megaparques de las cajas de compensa­ción, y otros que operan en el país, se advierte que se construyen justo en regiones en donde se quieren aprovechar condiciones climáticas o de cercanía a centros poblados; pero nunca se instalan en zonas donde representan una competencia a la vocación de turismo rural que ya se consolidó, aunque este sí es el caso del Suroeste en el cañón del Cauca. Comfama construyó sus megaparques en el Oriente antioqueño, ex­ceptuando el parque de Guatapé, sin competir con la vocación turística de esas regiones. En Melgar y municipios vecinos, zona de influencia de Bogotá, las cajas tienen megaparques que aprovechan el clima y las vías; pero no se instalaron allí en competencia con una vocación de turismo rural en esa región. Allí no hay hoteles familiares, ni casas rura­les convertidas en posadas, ni cabalgatas promovidas por señores que tienen tres caballos, ni cafecitos coquetos mejorados por las familias, ni vocación histórica de turismo. Es claro que aquellas regiones tienen el turismo como factor económico, pero no el denominado turismo rural, como el nuestro.

De lo hasta aquí dicho surge entonces la pregunta: ¿el megaparque de Comfama en el sector La Guamo podría representar una amenaza para la vocación turística rural del Suroeste antioqueño? El megaparque llega para competir en una región que ya consolidó el turismo rural, que no coincide con el de sol, piscina, restaurantes masivos, toboganes gigantes­cos, corredores preparados para ser “ecológicos”, arquitectura construida imitando la que en los pueblos vecinos es genuina, y otros equipamientos.

Para la región es preferible y más benéfico que ese millón de turistas conozcan la naturaleza real y biodiversa en las restantes cuatrocientas ochenta mil hectáreas del Suroeste y no en las ciento treinta y tres hectáreas recién acondicionadas del megaparque. Más conveniente y aportante al desarrollo regional sería que el millón de turistas visiten las múltiples quebradas y chorros reales de la región. Mucho mejor para el ingreso económico equitativo de las familias, si en vez de toboganes gigantescos, el rio Cauca es desarrollado como atractivo de navegación deportiva, con beneficios, sobre todo, para las familias de La Pintada, Puente Iglesias y Peñalisa. Los pueblerinos del Suroeste preferiríamos que ese millón de turistas recorriera las calles y veredas y gastara su dinero en los veintitrés municipios, que conociera la arquitectura real, conversara con la gente, así como es, comprara en la tienda de esquina, almorzara en el restaurante familiar, escuchara y contemplara las aves de los tres climas que ofrece la región. En fin, los preferimos inmersos en la cultura, la arquitectura y el paisaje real del Suroeste, contribuyentes de la vocación turística rural antes que del turismo teatralizado.

Ante las dudas justificadas, hago uso de las mismas palabras emplea­das por el director de Comfama en una carta, que fuera ampliamente difundida por los medios en meses anteriores, dirigida al gerente de otra empresa que quiere intervenir en la misma región del río Cauca: el megaparque que Comfama quiere construir en Jericó, a nuestro juicio, a partir de la información que tenemos y la que hemos recopilado por diversas fuentes, pondría en alto riesgo nuestra vocación de turismo rural en el Suroeste antioqueño. Y para no convertirnos en los profetas del “no se puede”, invitamos a Comfama a que socialice con las comu­nidades —no en una única reunión como la que ya convocaron en La Pintada— los detalles del proyecto. Queremos que se nos permita discutir a los suroestanos, en diálogo civilizado y equitativo, si el megaparque complementa o amenaza eso que hemos construido por décadas en el Suroeste antes de que ustedes recién llegaran.

Consejo de Redacción AdP

Esto es un homenaje a nuestros orígenes, un homenaje a esa Aldea del Piedras que crearon nuestros mayores, un homenaje a su coraje, su dedicación, su esfuerzo, su tesón, y su condición de visionarios.

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