Hace 40 años atrás, cuando tomar una foto no era tan sencillo como hoy, que solo basta con sacar el celular, encuadrar, obturar y listo, en Jericó era muy común ver a Bernardo Ospina, con su cámara Pentax colgada en el cuello y un carriel lleno de fotos, en las que congelaba, para siempre, los mejores momentos de muchos jericoanos.
Esta es la historia del “Mono”, como es conocido cariñosamente, un hombre que dedicó 35 años de su vida a trabajar la fotografía en Jericó.
Bernardo es oriundo del corregimiento de Palermo, Támesis, precisamente de la vereda El Hacha, pero, siendo aún un recién nacido, su padre tuvo que trasladarse a Jericó, junto con toda la familia, para trabajar en una finca cafetera, y desde ese entonces se cuenta como un jericoano más. Bernardo no fue fotógrafo formado en una gran universidad o en un pomposo instituto, ni tampoco lo fue desde temprana edad. Pero cómo llegó a ejercer esta magnífica profesión, parte de una historia que necesitó de 1 hora y 35 minutos de conversación, sin interrupción, para poder ser escuchada.
El Mono partió de su casa siendo un niño aún, a los 14 años. Emprendió un largo viaje que lo llevó por distintos lugares de la geografía colombiana, y una de sus paradas la hizo en Santa Marta, donde laboró con un finquero que cultivaba café. Pero, por las malas condiciones de la alimentación que le brindaban en ese lugar, quiso seguir buscando mejores sitios para vivir y trabajar el campo, que era lo único que para la fecha sabía hacer. Entonces decidió internarse en la Sierra Nevada, con el objetivo de buscar un curandero que le ayudara a eliminar un maleficio que, según él aseguraba, le habían echado en Jericó. Así llegó a la casa de don Elías, un hombre sabio de la Sierra, conocedor del poder curativo de las plantas, y quien, luego de recetarlo, le ofreció trabajo; con él tuvo una relación laboral que duró tres años.
Sus andanzas por el país continuaron, y el trabajo en las fincas cafeteras nunca faltó, pero el Mono sabía que estaba hecho para cosas distintas. A mediados de los años 70, luego de regresar a la Sierra Nevada de Santa Marta, conoció a un antioqueño que, según recuerda, se llamaba Antonio, y quien, luego de solicitarle un préstamo de 5.000 pesos, le ofreció enseñarle a trabajar la fotografía, en sentido de gratitud: “Toño sacó un papelito que guardaba con mucha curia en su bolsillo, y me dijo: estos son los tiempos; con estos usted calcula la cantidad de luz que le debe entrar a la cámara dependiendo de lo iluminados u oscuros que estén los lugares donde vaya a tomar las fotos”. Con estas recomendaciones, y una asesoría sobre cuáles eran las mejores cámaras que había en ese entonces en el mercado, el Mono compró una Pentax, que, como dirían en el argot popular, era “lo último en guaracha”. Sus primeros años como fotógrafo los dedicó a realizar los novedosos “telescopios”: un pequeño artefacto cónico de plástico al que se le introducía una pequeña foto en el fondo; al mirarlo con la luz de frente, se podían apreciar las imágenes, con tal realismo que podría decirse que estaban en 3D.
Con el pasar de los años, y con la llegada de nuevas tecnologías y materiales para trabajar la fotografía, debió pasar del “telescopio” a la foto impresa en papel. Pero el tiempo seguía trayendo nuevos desafíos que lo obligaban a hacer cambios sustanciales, hasta que llegó uno que no pudo superar: la fotografía digital, hecha con celulares y cámaras tan modernas, en las que ya la valiosa información sobre el manejo de los tiempos, que le había entregado Antonio en la Sierra Nevada, no eran necesarios. Las nuevas Canon, Nikon y demás aparatos que estaban llegando al mercado tenían tantos botones, que Bernardo ni comprendía para qué servían. En el año 2008 decidió colgar su cámara y volver al oficio del campo, pero esta vez en su propia tierra, sin afán y con el orgullo de contarse hasta la fecha como uno de los primeros fotógrafos comerciales de Jericó, profesión que le dio la posibilidad de conseguir lo que hoy tiene, como dice él, para terminar sus días con tranquilidad, metido en los cafetales.
Aunque aún conserva algunas de las últimas fotografías que logró tomar, afirma que las más valiosas las tiene guardadas en el rollo de su memoria, y estas solo se revelan cuando uno conversa un buen rato con él. ¡Como quedaron, quedaron!, dijo el fotógrafo. Así, con esta frase, y con una sonrisa en su rostro, el Mono se despidió de nosotros, tomó sus fotografías bajo el brazo y, de lejos, nos gritó, ¡la misma fotico, por los mismos 5.000 pesitos!
Consejo de Redacción AdP
Esto es un homenaje a nuestros orígenes, un homenaje a esa Aldea del Piedras que crearon nuestros mayores, un homenaje a su coraje, su dedicación, su esfuerzo, su tesón, y su condición de visionarios.