Respeto a la memoriaLA LITERATURA ANTIOQUEÑA SE HA NUTRIDO DE LA ÉPICA MINERA: UNA MIRADA A LOS GRANDES ESCRITORES DE NUESTRO DEPARTAMENTO

Álvaro Pineda Botero, periodista, investigador y crítico literario, publicó en 1990 su libro Del mito a la posmodernidad: la novela colombiana a finales del siglo XX, un documento de gran valor analítico en el que se recogen los nombres más destacados de la literatura antioqueña. Al leerlo se observa que la épica de la minería está presente e influencia a algunos autores y sus obras. Hemos decidido incluir un fragmento del libro, perteneciente al capítulo...
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Álvaro Pineda Botero, periodista, investigador y crítico literario, publicó en 1990 su libro Del mito a la posmodernidad: la novela colombiana a finales del siglo XX, un documento de gran valor analítico en el que se recogen los nombres más destacados de la literatura antioqueña. Al leerlo se observa que la épica de la minería está presente e influencia a algunos autores y sus obras.

Hemos decidido incluir un fragmento del libro, perteneciente al capítulo titulado Tradición y deslinde, en donde el autor reflexiona e ilustra, de manera didáctica, a los lectores sobre el tema. Los subrayados con los nombres de los autores mencionados son realizados por nosotros.

«Al avanzar el siglo XX, a medida que Antioquia se veía dominada por los valores de la riqueza y el éxito económico, creadores como Tomás Carrasquilla y Efe Gómez impulsaron una narrativa que dibujaba con rasgos de realismo las características del pueblo y el entorno. Más que dejar volar la imaginación por los veneros de lo mágico y lo fantástico, buscaban en lo inmediato la razón de su escritura, aunque a veces se interesaron por la mitología, como Carrasquilla en La marquesa de Yolombó (1927); pero lo hicieron no tanto para exaltar las creencias populares sino para mostrarlas como curiosidad folclórica. En la novela mencionada se describen ciertos mitos de los mineros negros como los de “El Familiar”, “La Madremonte”, “La Pata Sola”, “El Patetarro”, “El Bracamonte”, “Las Ilusiones”.

El caso de Efe Gómez es ilustrativo. Era ingeniero, matemático brillante e inventor de un sistema para la cianuración y sulfatación de oro que fue revolucionario en su época. Trabajó la minería en Marmato, Titiribí, El Zancudo y Chocó, y, posteriormente, fue auditor en el Ferrocarril de Antioquia. Perteneció a la pléyade de hombres prácticos que explotaron minas, tumbaron monte y le abrieron caminos al capitalismo. A menu­do, sus personajes se rebelan contra la sociedad, pero esta los derrota y los lleva a refugiarse en el alcohol y la desesperación. A veces critica el sistema: el triunfo del poder y la riqueza no podrían surgir sino de la corrupción, la falsedad y el robo. Parecería que a través de la ficción el autor diera escape a lo que en su actividad diaria de científico y hombre de empresa debía callar.

La tradición positivista puede rastrearse también en otros escritores, como Francisco de Paula Rendón y Samuel Vásquez, cuyas obras se relacionan con la tierra y las formas tradicionales de la vida. Lo central es lo real, no lo imaginario ni lo fantástico. Esto se manifiesta en su preocupación por mantener el tono de su discurso literario cercano al habla del pueblo, como en el libro de cuentos de Rendón: Inocencia (1904), en el que, en notas de pie de página, se explica el significado del vocabulario popular.

En las novelas de José Restrepo Jaramillo: La novela de los tres (1926); David, hijo de Palestina (1931) y Ventarrón (publicada póstumamente en 1984) se introducen nuevos elementos, principalmente el sicológico, por medio de técnicas de interiorización. En David, hijo de Palestina se alude al pretendido origen judío de los antioqueños, origen que se elogia como “una riqueza moral y racial en potencia tan grande como pueden serlo sus ocultas minas de oro y petróleo”. En Ventarrón encontramos una versión del determinismo sicológico. El tema principal es la búsqueda del padre. Jesús María, más conocido como Ventarrón por su espíritu ligero y desaforado, es hijo natural de María Rosa, “una muchacha de veintitrés años frescos, rosados y apetecibles”. Crece sin conocer a su padre, con sentimientos encontrados y, después de trabajar en los ferrocarriles, encuentra la pista que lo conduce a un puerto del Pacífico en donde al encontrar al padre sobreviene la tragedia.

María Cano, Rafael Jaramillo Arango y César Uribe Piedrahita, entre 1920 y 1940 escribieron narraciones realistas de diverso tipo para divul­gar ideas sociales, denunciar el abuso a los obreros del petróleo o del caucho, así como las matanzas de indígenas.

Arturo Echeverri Mejía se ocupó del tema de la violencia y de narracio­nes de aventuras. Cumpliendo con el estereotipo del paisa todero, fue él un hombre de espíritu positivo, muy dado a la aventura, de quien podría afirmarse que sólo escribió aquello que vivió. Entre sus novelas cabe destacar Belchite, (publicada póstumamente en 1986), sobre el paso de la infancia a la pubertad de Esteban Gamborena, un muchacho de barrio.

Bernardo Jaramillo Sierra, interesado en la historia de los pobladores de la región en el siglo XVII, publicó Ana de Castrillón (1952), que incluye al comienzo la siguiente nota: “intercalados en el texto figuran algunos extractos de archivos y documentos, están entre comillas y conservan las características de los escritos de la época”, con lo que atestigua su afán de mantener un realismo estrechamente ajustado a la historia.

Manuel Mejía Vallejo, por su parte, como sus antecesores, recurre con frecuencia al habla del pueblo y a las tradiciones orales. En La tierra éramos nosotros (1945), ambientada en el campo, se describen las costumbres del pueblo. En El día señalado (1964) combina el ambiente de realismo con ciertas innovaciones estructurales. En Aire de tango (1973) capta el lenguaje y el alma del Barrio Guayaquil en Medellín y el culto popular por esa música.

Marino Troncoso ha estudiado la obra de este escritor desde la perspec­tiva del estructuralismo genético, y ha definido las relaciones entre sus obras y algunos elementos sociales: Mejía Vallejo parte de una estructura mental constituida por la dialéctica vida-muerte, las ideas de nostalgia y soledad, y el tema del camino. A partir de este núcleo define una visión de la existencia, volcada hacia el pasado y hacia el sentimiento de que “lo importante ha quedado atrás”. Así, la obra del antioqueño buscaría glorificar unos valores tradicionales que se derrumban, a la vez que des­cribir ciertos rasgos consuetudinarios de una época gloriosa.

Central en el análisis de Troncoso es el concepto goldmanniano de que la mencionada estructura mental no es creación del artista sino transmisión social. Así, la vida y obra de Mejía Vallejo serían más bien símbolos de una visión colectiva del mundo que reflejarían lo regional antioqueño, a cuya cabeza estaría el maestro Carrasquilla».

Pineda, A. (s.f). Novela colombiana. Recuperado de: https://www.javeriana.edu.co/narrativa_colombiana/contenido/bibliograf/pineda_mito/tradicionydeslinde.htm

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Esto es un homenaje a nuestros orígenes, un homenaje a esa Aldea del Piedras que crearon nuestros mayores, un homenaje a su coraje, su dedicación, su esfuerzo, su tesón, y su condición de visionarios.

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