Respeto a la memoriaLAS GRANDES LECCIONES QUE DEBEMOS APRENDER DE LA EPOPEYA DEL TÚNEL DE LA QUIEBRA

Nadie discute hoy la importancia del Túnel de La Quiebra y su sig­nificado para el desarrollo de Antioquia, pero en su época, para que sus impulsores lograran el objetivo que se habían propuesto, tuvo que librarse una dura batalla en el terreno de las ideas. Las críticas, la negación, las objeciones fueron muchas, pero ellos insistieron hasta lograrlo. El túnel era una necesidad manifiesta. Antioquia protagonizaba un des­pegue económico de enorme importancia como consecuencia de...
Consejo de Redacción AdP4 años .10688 min
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Nadie discute hoy la importancia del Túnel de La Quiebra y su sig­nificado para el desarrollo de Antioquia, pero en su época, para que sus impulsores lograran el objetivo que se habían propuesto, tuvo que librarse una dura batalla en el terreno de las ideas. Las críticas, la negación, las objeciones fueron muchas, pero ellos insistieron hasta lograrlo.

El túnel era una necesidad manifiesta. Antioquia protagonizaba un des­pegue económico de enorme importancia como consecuencia de su desarrollo minero, del crecimiento de los cultivos del café y del hecho de que los recursos de la minería habían propiciado, a su vez, un gran despegue comercial e industrial en el departamento. Pero esa economía estaba embotellada, se requerían vías rápidas y baratas que nos conec­taran con el río Magdalena, con el Océano Atlántico y con el exterior. El reto era lograr que las mercancías pudieran salir y entrar del país hacia y desde Antioquia.

La epopeya del Ferrocarril de Antioquia que, también gracias a la minería había comenzado en 1874, requería de una conexión entre Medellín y Puerto Berrío que solucionara el encuentro con los nuevos destinos; pero había una barrera natural: La Quiebra.

Un excelente artículo escrito por Alberto Mayor Mora en la edición 116 de la Revista Credencial relata de manera extraordinaria cómo surgió la idea:

«Empecinados los antioqueños en buscar una solución propia a un pro­blema propio, no fue casual que un arrojado estudiante de ingeniería de la Escuela de Minas presentase, en 1899, su tesis de grado sobre El Paso de La Quiebra en el Ferrocarril de Antioquia, donde con férrea lógica demostraba que de las tres soluciones técnicas disponibles en esa época la del túnel era la más aconsejable».

El estudiante se llamaba Alejandro López y la tesis fue rechazada por el jurado, quien consideró la propuesta «osada y utópica». Las otras solu­ciones disponibles para enfrentar el problema eran la de «un ferrocarril funicular de cremallera y un sistema de desarrollo por pendientes».

Alberto Mayor Mora concluye que el túnel, si bien era la alternativa eco­nómicamente más costosa, era la única que eliminaba el problema de comunicar directa y definitivamente, en el menor tiempo posible y con menores costos, Medellín y Antioquia con el mundo moderno.

Afortunadamente, relata el artículo, la tesis encontró un mentor entu­siasta: el ingeniero Pedro Nel Ospina, «quien estimando que justamente Antioquia necesitaba ese tipo de propuestas arriesgadas y valientes para salir de su atraso, empleó toda su influencia personal no solo para revertir el veredicto, sino también para hacer publicar el estudio y distribuirlo oficialmente». De hecho, cuando Pedro Nel Ospina llegó a la Presidencia de la República contribuyó de manera decisiva a la financiación final del proyecto.

Todas las voces en contra, los que se escandalizaban por el precio, los que consideraban utópico el proyecto, los que se negaban a entenderlo, los que se oponían al cambio, todos terminaron derrotados por la con­tundencia de los hechos.

El túnel se concluyó con una extensión de 3742 metros, removió cerca de 110 532 metros cúbicos de roca, empleó 540 000 libras de dinamita, importó 17 540 barriles de cemento y su construcción tardó tres años.

Mayor Mora concluye que «el túnel de La Quiebra superó en proporcio­nes, esfuerzo humano invertido y movilización de recursos económicos a las obras ingenieriles pioneras de fines del siglo XIX, como el Puente de Occidente, réplica en madera del puente de Brooklyn, o como el muelle de Puerto Colombia, de dos kilómetros de extensión, asociados uno y otro al talento de los ingenieros José María Villa y Francisco Javier Cisneros».

Tal vez, la más emocionante de las descripciones sobre el significado de esta obra monumental la hizo en 1983 el doctor Belisario Betancur en el evento de la firma del acta del renacimiento de Antioquia:

«Nunca el tiempo volvió a ser el mismo. La historia había cambiado para siempre. Antioquia, la otrora tierra del rezago, aislada del mundo y exi­liada entre cordilleras aciagas, veía atravesar, como una llama que corre por una llanura, la locomotora del ferrocarril que cruzaba el túnel de La Quiebra y llegaba, en medio de la multitud, a la plaza central».

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