Respeto a la memoriaRelatos de minería en la Antioquia del siglo XIX; las expediciones de Friedrich von Schenck en 1880

Friedrich von Schenck fue un geógrafo, economista y escritor alemán que visitó en varias oportunidades a nuestro país y estuvo particularmente seducido por el paisaje y por las gentes de nuestra región.  El Banco de la República ha incorporado sus escritos al Archivo de Economía Nacional, traducidos por el profesor Ernesto Guhl y leerlos es una auténtica delicia. En esta extraordinaria aventura se encuentran una relación documentada de la inmensa cantidad de minas existentes y...
Consejo de Redacción AdP2 años .58112 min

Friedrich von Schenck fue un geógrafo, economista y escritor alemán que visitó en varias oportunidades a nuestro país y estuvo particularmente seducido por el paisaje y por las gentes de nuestra región. 

El Banco de la República ha incorporado sus escritos al Archivo de Economía Nacional, traducidos por el profesor Ernesto Guhl y leerlos es una auténtica delicia.

En esta extraordinaria aventura se encuentran una relación documentada de la inmensa cantidad de minas existentes y sus aportes a la innegable riqueza que ostentó la región antioqueña en el siglo XIX, las diversas maneras de explotación y las costumbres asociadas a esta actividad y una descripción detallada de las rutas existentes. Dice, por ejemplo, que para llegar a Medellín desde el Nare se “pasa por Canoas, y desde aquí toma una dirección más al sur, entra en el hermoso valle de San Carlos, y deja al Guatapé a la derecha”. Dice que tardó en llegar siete días en viaje a caballo, incluyendo un día de descanso en el Peñón; concluye que fue una travesía “sencillamente espantosa”.

Relata cómo el 22 de noviembre de 1880, viajó a Manizales y pasó por el suroeste: “salimos de Medellín, siguiendo el cañón del Porce en dirección sur hasta el pueblo  de Caldas, de donde parten los caminos hacia las minas de Titiribí, pasando por Amagá, y hacia Jericó pasando por Fredonia. En el Romeral, cerca de Caldas, el cañón está encerrado por dos ramas de la Cordillera Central. Uno de estos se extiende desde el Romeral hacia el noroeste, formando el divorcio acuario entre los ríos Porce y Río Negro, y cerca de la ciudad de Santo Domingo se abre y se ramifica ampliamente, y  muchos ramales de extienden en dirección al Magdalena y se pierden en las selvas monótonas de la  provincia de Mompós del Estado de Bolívar”.

Es preciso en la descripción de los caminos, la diferencia entre el trasegar de las mulas y de los bueyes, los barrizales infames que se hacen difíciles de transitar en los inviernos e imposibles en los veranos con las huellas resecas de los huecos que dejan las bestias. Pero, se maravilla de igual manera con la “antioqueñidad”.

Mire esta reflexión sobre el maíz: “El maíz es el producto más importante de estas montañas. Donde no se da el maíz, tampoco se da el antioqueño. Del maíz preparan su alimentación básica y preferida: la arepa  (son panes o ponqués redondos con sal y levadura), preparada de granos de maíz sancochados en un  mortero de madera, y la mazamorra (masa de maíz cocida en leche o agua); choclos (mazorcas viches, tostadas), estos últimos son el dessert. Si además tiene su tacita de chocolate con queso, y su plato de fríjoles, más su tasajo o carne picada, que es carne secada en el sol y molida entre piedras, entonces es el hombre más feliz del mundo, sin aspiraciones a otra alimentación”. 

Su descripción de la manera como somos es fascinante: “Los antioqueños son un pueblo fuerte, laboriosa [sic] y serio; a ellos pertenece el futuro de Colombia. Ya Boussingault admiró su fuerte constitución.  Después de haber visto los mulatos flojos y los gastados habitantes de las tierras bajas, las figuras altas y atléticas de los habitantes de la montaña, y sus mujeres bonitas y de sanos colores, representan un muy agradable aspecto”. Y esto dice de la manera como nos vestimos :los hombres llevan pantalón y un saco de manta, que es una tela de algodón, sombrero de paja, jipijapa, que se elabora en el país (Aguadas y Sopetrán entre otros) de la  hoja de la palma Icara, más la ruana (en el resto de Sur América llamada poncho) y el indispensable carriel. 

 Al relatar la solidez de la vida familiar, la abundancia de hijos, los matrimonios tempranos y los valores que cultiva, recoge una reflexión del historiador Restrepo que resulta hasta divertida: “el solterón es en Antioquia una excepción, un  fenómeno, una especie de meteorito, y las madres lo muestran a sus hijas como un animal monstruoso y excepcional”.

Para que se haga usted una idea sobre la fiebre del oro que se tomó a todos los territorios en esa época, es bueno finalizar con esta anécdota que él relata. Dice en la introducción que, al contrario de su viaje anterior, la llegada a Colombia en el año 1888 lo hizo “equipado con los instrumentos necesarios, y así pude tomar alturas barométricas y realizar levantamientos topográficos”. Con esa dotación llegó hasta un pueblecito, El Peñón, en donde pasó un día de descanso para esperar a los animales de carga. “El pueblo tiene un clima suave y agradable, y el río Negro tiene aquí una anchura de 130 pies (en su curso superior se llama Pantanillo y más abajo Nare)… el pueblo parece triste y sin vida económica. Hasta aquí llega la línea telegráfica de Medellín, que se proyecta hasta el Magdalena, pero como regla general está dañada, y cuando está en buen estado es poco usada”. Y destaca: “Los primitivos habitantes del pueblito, sospechaban que los instrumentos con los cuales estaba trabajando el viajero en el puente sobre el río Negro, eran aparatos nuevos para encontrar filones de oro, y quien escribe estas líneas era un brujo misterioso. Ningunos estaba inclinado a creer en mis afirmaciones contrarias, y el ambiente hostil de estos primitivos buscadores de oro, me perseguían hasta en la fonda”. Se inquietó tanto que decidió salir rápido e irse a dormir a Marinilla.

Una gran aventura, muy bien contada. Hay que leerlo.

Consejo de Redacción AdP

Esto es un homenaje a nuestros orígenes, un homenaje a esa Aldea del Piedras que crearon nuestros mayores, un homenaje a su coraje, su dedicación, su esfuerzo, su tesón, y su condición de visionarios.

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