Pues claro que todos somos diferentes, pues claro que podemos pensar distinto.
Qué tal un mundo en donde todos sean exactamente iguales, piensen igual, tengan los mismos gustos, se vistan exactamente igual, caminen igual. Eso ocurre, pero en las dictaduras, la democracia funciona de otra manera.
Lo emocionante de estar vivos y la gracia de vivir en comunidad es precisamente esa, la capacidad de compartir espacios comunes, aunque seamos diferentes y pensemos diferente.
Pero en épocas donde se agitan las diferencias, por ejemplo en las épocas de conflictos, lo que realmente se pone a prueba es si tenemos o no tenemos la capacidad de respetarnos, lo que significa examinar nuestra capacidad de ser civilizados, de comportarnos como verdaderos seres humanos.
Cuando las diferencias no se respetan, uno de los vicios más comunes es el de la descalificación: asumir que el otro, el que piensa distinto a mí, es inferior, es una persona que no entiende, un tonto, un ciego incapaz de ver mi verdad.
Y esas «verdades» se convierten a veces en generalizaciones tan abrumadoras que descartan toda posibilidad de una vida futura. Hay quienes piensan, por ejemplo, que las obras de infraestructura, la minería, la agricultura, la ganadería y la actividad industrial son el quinteto de los enemigos de la humanidad; y que todo eso tiene que desaparecer para poder salvar al mundo de la contaminación. Desde luego, si todo esto desaparece, desaparece también la civilización y regresamos a la época de las cavernas. ¿No es mejor, antes que descalificar, impulsar una reflexión sobre cómo hacemos entre todos para construir una economía sostenible en la que todas estas actividades puedan desarrollarse en armonía con el medio ambiente?
Una cosa es descalificar y otra cosa es razonar.
Consejo de Redacción AdP
Esto es un homenaje a nuestros orígenes, un homenaje a esa Aldea del Piedras que crearon nuestros mayores, un homenaje a su coraje, su dedicación, su esfuerzo, su tesón, y su condición de visionarios.
