Respeto a la memoriaLa pujanza de Antioquia 

La pujanza de Antioquia fue construida por nuestros abuelos y debemos sentirnos orgullosos de esto, pues fueron ellos quienes forjaron el espíritu jericoano. Si se estudia cómo era Antioquia en el siglo XVII, en la época de la Colonia, en las crónicas se puede leer cómo los visitantes la definían como un territorio aislado y tan inmensamente pobre y carente de recursos que lo comparaban con las colonias de África. Imagínese, escribían que “las tierras...

La pujanza de Antioquia fue construida por nuestros abuelos y debemos sentirnos orgullosos de esto, pues fueron ellos quienes forjaron el espíritu jericoano.

Si se estudia cómo era Antioquia en el siglo XVII, en la época de la Colonia, en las crónicas se puede leer cómo los visitantes la definían como un territorio aislado y tan inmensamente pobre y carente de recursos que lo comparaban con las colonias de África. Imagínese, escribían que “las tierras habitadas eran escarpadas y estériles”.

Nuestros abuelos, quienes habitaban en el Oriente antioqueño y vivían de la extracción del oro, lentamente, se quedaron sin qué hacer pues las minas se agotaron, por lo que empezaron a buscar alternativas. De este modo, junto con sus familias, los abuelos emigraron hacia el Sur, primero con la intención de buscar “guacas” y después para construir oportunidades.

Hacia el Sur, la colonización antioqueña se extendió hasta lo que hoy es Caldas, Risaralda y Quindío e, incluso, el Norte del departamento del Valle. ¿Qué llevaban en sus corazones? Ansias de libertad, coraje y pujanza. Por eso a todos se nos eriza la piel cuando cantamos el coro de nuestro himno: “¡Oh libertad, oh libertad!”.

Se detenían al encontrar una zona que les parecía propicia, tumbaban los árboles para construir sus casas (no, no estaban acabando con la tierra, la estaban transformando), para sembrar, para crear oportunidades. También nos conmueve nuestro himno cuando canta: “el hacha que mis mayores me dejaron por herencia, la quiero porque a sus golpes libres acentos resuenan”. La herencia de dignidad, de respeto, también se canta en nuestro himno: “perdonamos al rendido porque también hay nobleza en los bravos corazones que nutren las viejas selvas”.

En definitiva, la colonización antioqueña logró transformaciones prodigiosas en nuestro territorio y en todo el país. Quienes se marcharon eran familias pobres y no grandes terratenientes, por tanto, las nuevas propiedades que surgían eran medianas y pequeñas, así el minifundio empezó a ser mayoritario.

Un estudio del Banco de la República concluye que “los colonos se preocuparon por comunicar entre sí los nuevos asentamientos y construyeron caminos y ferrocarriles. Gracias a esto se estableció un comercio interno que casi no existía en otras regiones y que estuvo favorecido por la capacidad de compra de la que gozaban los colonos, resultado de una mejor distribución de los ingresos del trabajo”.

La colonización antioqueña fue decisiva en la construcción de la economía cafetera, pero, sin duda, la minería también fue un factor decisivo en ese proceso.

La minería está en el ADN de los jericoanos

Así, por la sangre de nuestras venas circula también la sangre de un abuelo minero. Fue la disminución del trabajo en las minas del Oriente lo que los obligó a partir. Salieron en busca del oro de los indios en las guacas. Querían encontrar la mina más grande de la época, llamada El Zancudo y operada en Titiribí.

En particular sobre nuestro territorio, hay datos que reafirman esta idea de por qué prácticamente ningún jericoano es ajeno a la minería. El testamento de don Santiago Santamaría y Bermúdez de Castro da cuenta que, dentro de sus propiedades, hay una salina en Pipintá y una mina en San Juan. Su padre, don Juan Santamaría, fue fundador de la Sociedad Minera de Antioquia. Para 1881 aparecen registrados, en los documentos municipales de la época, descubrimientos de minas de oro y plata en zonas cercanas a Palocabildo, Quebradona Arriba y Vallecitos.

Ni qué decir de los aportes de Gabriel Poveda Ramos y su investigación sobre los ingenieros y científicos inmigrantes a Colombia. Esto nos permite descubrir que algunos apellidos de origen extranjero, que terminaron asentados en estas tierras, provienen de profesionales contratados para trabajar en las diferentes empresas mineras de esas épocas: Walker Taylor, Greiff, Johns, Moore, Blair, Williams, Nicholls, Greiffestein, Gartner, Abad. Incluso, hay un Abad mucho más antiguo al que alguna vez referimos aquí. En Aldea de Piedras, el señor Matías Abad, un minero que explotó, por el año 1650, una pequeña mina de plata en el Chocó y fue ejecutado por las comunidades nativas.

Como se ve, estamos revestidos con esta herencia ancestral que reúne ya siglos de historia, una de la que debemos sentirnos orgullosos ya que no solo aportó al crecimiento y desarrollo del país, sino que nos nutrió de una fuerza interior, de un espíritu innovador y de una vocación transformadora que nos llama a hacer grandes cosas, las cuales serán heredadas por nuestros hijos.

 

Mina el Zancudo. Bernardo Puerta 1920

Consejo de Redacción AdP

Esto es un homenaje a nuestros orígenes, un homenaje a esa Aldea del Piedras que crearon nuestros mayores, un homenaje a su coraje, su dedicación, su esfuerzo, su tesón, y su condición de visionarios.

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