OpiniónMilagro de abril

Por: Wendy Giraldo Rodríguez Informadora punto de Información Turistico de la Alcaldía de Jericó Cuando comencé a sentir “maripositas” en el estómago apenas era agosto, y fue en septiembre que dos rayitas anunciaron positivo: el mismo día en que llegó a mis manos una carta de Dios, la respuesta a mis tantas preguntas, a las que muchas veces clamé  en oración por la dicha  y el anhelo de ser madre. Dicen que la respuesta a...

Por: Wendy Giraldo Rodríguez

Informadora punto de Información Turistico de la Alcaldía de Jericó

Cuando comencé a sentir “maripositas” en el estómago apenas era agosto, y fue en septiembre que dos rayitas anunciaron positivo: el mismo día en que llegó a mis manos una carta de Dios, la respuesta a mis tantas preguntas, a las que muchas veces clamé  en oración por la dicha  y el anhelo de ser madre. Dicen que la respuesta a una pregunta es apenas el origen de muchas más, y sí. Para entonces, recién terminaba mi contrato laboral, mis padres, por razones muy ajenas a su voluntad, perdieron su fuente principal de ingresos y así un sinnúmero de circunstancias, cuya respuesta era un hijo, un milagro que ocurriría en abril. Mientras tanto, los mareos, el dolor en los pies, la barriguita pesada, la dificultad para dormir valieron cada segundo. El día de nuestra maravillosa cita a ciegas, cuando en el quirófano, Camila, mi compañera de colegio y  ahora médica, me dijo “Wendy, es un moneco como vos”, mis ojos se llenaron de lágrimas y de felicidad por el amor más bonito que ahora experimento. Lo ubicó frente a mí y con un beso esquimal lo saludé y dije: “hijo gracias por escogerme como tu madre”.

¿Recuerdan cuando dije que de una respuesta, surgían más preguntas? Pues mientras lo tenía en mi pecho, las preguntas eran: ¿está bien?, ¿tendrá hambre?, ¿le dolerá algo? la más miedosa: ¿sí está respirando? ni hablar de cuando le medían el azúcar, porque puedo apostar que me dolía más a mí, y sospecho que desde ese día, hasta mi último aliento, me dolerá el doble cada trastabillar de sus pies en sus primeros pasos y cada tropezar de la vida.  Sin embargo, aquí estoy, como estuve hace tan solo unos días, cuando cada dos horas debía alimentarlo y durante doce horas al día, lo debía  cangurear y modificar mis hábitos alimenticios a fin de que no afectara su estomaguito. La maternidad, más que guardar recuerdos, refugiarlos en el corazón, abrigar tristezas y celebrar aciertos, es siempre estar y ser para ellos, porque no es fácil. La confesión más difícil de una madre es decir que está agotada, que a veces pesa la responsabilidad, y claro que se siente miedo, miedo de saber si estamos haciendo las cosas bien, que si ponerles muñecos es “malo”, porque llegar de trabajar  para jugar no siempre es lo que quisiéramos.

Pero en esos temores descubrimos que el mejor regalo que le hacemos a un hijo no solo es el tiempo para ellos sino el tiempo invertido en nosotras mismas. Ser mejor mujer y mejor persona me hace mejor mamá, no perfecta, solo humana, con la disposición renovada para disfrutar de volverme niña a su lado, de jugar, orar, comer y amar.

Ahora sí, hay una pregunta que solo Dios podrá responder cuando sentados en la misma mesa le dé las gracias por el privilegio de mi hijo, de mi Harry Valencia Giraldo, porque aún no sé si yo le di la vida o él me la devolvió a mí.

Consejo de Redacción AdP

Esto es un homenaje a nuestros orígenes, un homenaje a esa Aldea del Piedras que crearon nuestros mayores, un homenaje a su coraje, su dedicación, su esfuerzo, su tesón, y su condición de visionarios.

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