OpiniónLo dice la historia

 Por:Edwar Alejandro Jaramillo   Cuando hablamos de Antioquia hablamos de minería. Y esta es una afirmación innegable, ya que la minería fue el motor de desarrollo para el comercio y la industria, y en el desempeño de sus labores fomentó la gestión de conocimiento científico en la región, pues para su perfeccionamiento y solvencia de problemas así lo requirió. Esta promovió, además, la creación del sistema bancario que después fue aprovechado por la bonanza cafetera...

 Por:Edwar Alejandro Jaramillo

 

Cuando hablamos de Antioquia hablamos de minería. Y esta es una afirmación innegable, ya que la minería fue el motor de desarrollo para el comercio y la industria, y en el desempeño de sus labores fomentó la gestión de conocimiento científico en la región, pues para su perfeccionamiento y solvencia de problemas así lo requirió.

Esta promovió, además, la creación del sistema bancario que después fue aprovechado por la bonanza cafetera y otros sectores, entre ellos la industria que se abrió paso en la época. Sin embargo, recientemente se ha promovido un discurso en el que se afirma que la subregión del suroeste no hace parte de esta vocación y que nunca lo ha sido, reiterando a través de los medios de comunicación y promulgando a la opinión pública que la tradición que nos acoge no concibe la minería.

Es evidente todo lo contrario para quienes tenemos una relación directa con este territorio, pues tan solo cruzando sus puertas ya nos encontramos con las importantes minas de carbón que comprende la cuenca carbonífera de La Sinifaná de Antioquia y que se extiende por Amagá, Angelópolis, Titiribí, Venecia y Fredonia. Y aunque tal vez hoy se interpretan como un productor más de carbón, para la época de la expansión industrial de la región fueron un importante proveedor de insumos para las potentes industrias del sur del valle de Aburrá. Cabe destacar, además, que en Titiribí existió la sociedad más importante del país para la época, llamada la sociedad minera de El Zancudo (1848 a 1948) de donde se extrajo oro y plata.

Continuando con nuestro recorrido por los generosos paisajes del suroeste de Antioquia encontramos que a orillas del río Cauca, desde Bolombolo y en dirección al occidente del departamento, se emprenden también actividades ligadas a la minería, en las que se obtienen insumos para el sector de construcción, una de las actividades más importantes para la consecución de recursos para obras de infraestructura.

¿Pero qué pasa con la minería aurífera? Esta la encontramos en el corregimiento de Santa Rita, en el municipio de Andes, que en el gobierno anterior fue declarado como el primer municipio de Antioquia en emprender una actividad minera limpia de mercurio, de acuerdo con el programa administrativo llamado Antioquia sin mercurio, aunado al convenio de Minamata. Para describir un poco la actividad en este ecosistema cabe decir que aquí el café cae en los ojos, pues toda la ladera está prendida de cafetales que embellecen el paisaje y lo hacen bastante atractivo y único.

En este mismo paisaje descansan las instalaciones de algunos entables mineros ancestrales que trabajan desde la formalidad, emprendiendo una minería ejemplar, generando desarrollo y promoviendo apoyo y respaldo desde su convenio social y cultural con otras actividades. Sucede, entonces, que cuando no hay café para cargar la mula se carga material para la mina: toda una dinámica económica y cultural en coexistencia.

Ahora bien, si traducimos todo lo anterior a cifras de empleabilidad directa e indirecta y a números que implican desarrollo, progreso y calidad de vida nos daremos cuenta de que la minería, como la bella o la fea de la fiesta, siempre ha estado en nuestra subregión, y hoy gracias a todo el desarrollo tecnológico y el conocimiento disponible se proyecta de manera diferente.

Desligarnos abruptamente de una actividad que ha estado siempre presente en nuestra historia es negar las raíces del árbol, pero aun así querer su fruto. Tal vez no se trata de cambiar tradiciones, a lo mejor hoy hablamos de perfeccionarlas, de transformarlas y de reconocer que todo lo que es posible en el presente no lo era hace treinta años y que es la manera como hacemos las cosas las que generan un impacto positivo o negativo en nuestro ecosistema.

Tal vez ahora hacemos las mismas cosas que hacían nuestros ancestros, pero de manera diferente, quizá con mayor responsabilidad o, por lo menos, con mayor conocimiento de nuestro entorno y de los impactos que podemos ocasionar, y es esta consciencia la que se debe aplicar a toda actividad humana.

Consejo de Redacción AdP

Esto es un homenaje a nuestros orígenes, un homenaje a esa Aldea del Piedras que crearon nuestros mayores, un homenaje a su coraje, su dedicación, su esfuerzo, su tesón, y su condición de visionarios.

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