Entre RielesMANUEL PÉREZ: UNA HISTORIA QUE SE TEJE ENTRE EL RÍO Y EL BOSQUE

“Soy una madre que anda por muchos senderos”. Así inicia una de las historias que don Manuel José Pérez Zapata escribió en 2012 y que conserva enmarcada sobre la cabecera de su cama junto con algunos retratos. Así es Caturro, como lo conocen de cariño sus allegados, un hombre perseverante y curioso que desde muy niño comenzó a trabajar para llevar el sustento a casa en la vereda La Lora, en Támesis, tierra que lo...

“Soy una madre que anda por muchos senderos”. Así inicia una de las historias que don Manuel José Pérez Zapata escribió en 2012 y que conserva enmarcada sobre la cabecera de su cama junto con algunos retratos. Así es Caturro, como lo conocen de cariño sus allegados, un hombre perseverante y curioso que desde muy niño comenzó a trabajar para llevar el sustento a casa en la vereda La Lora, en Támesis, tierra que lo vio nacer el 4 de junio de 1933.

A pesar de que el tiempo ha pasado, recuerda con precisión la vez que su papá, a quien conocían como Arracacho, cazó por primera vez una guagua que sirvió como alimento para todos, o cuando su casa se convertía en posada de arrieros gracias a las esteras que ofrecía su padre para que los hombres pasaran la noche antes de continuar con las duras jorna­das. Incluso, no olvida la vez que junto a su mamá y hermanas vio a un niño vestido de blanco en el fondo de la cañada, que al parecer sería un duende, y que si no hubiera sido por la rápida acción de su mamá les hubiera embolatado la leña.

Años más tarde, y siendo un poco más grande, don Manuel trabajó como garitero en un trapiche en la zona. Allí aprendió viendo cómo un vecino atizaba el horno y en el momento en que el atizador faltó, él tomó su lugar, haciéndolo tan bien que los dueños le permitían hacer esta labor por unos cuantos centavos. No obstante, al ser tan joven, los jefes quisieron embolatar su dinero, por lo que don Manuel buscó a la policía para conseguir su pago.

Todas esas vivencias, y, por supuesto, su herencia campesina, han sido fundamentales para don Manuel, pues desde muy niño siempre sintió una conexión especial con la naturaleza. Fue así que comenzó a crear pequeñas historias inspiradas en sus aventuras y recorridos por las tierras del suroeste. Para él, los escritos, poemas y trovas son la mejor manera de expresar su sentir sobre el bosque, el río y todo lo que lo rodea. “En el monte me sembraron, en el monte yo nací”, co­mienza un bello poema hacia un árbol que es convertido en canoa y que, al final reflexiona: “y todavía no sé a qué lugar voy a llegar, este es el fin del árbol, que no sabe a dónde va. Cuando me pudra, no sé en qué monte me irán a botar”.

Esa facilidad para crear también la tiene en sus manos, pues exhibe con orgullo un sombrero que hizo para una pre­sentación en Concordia cuando formó parte del club de la salud. El sombrero, hecho en cabuya y que tiene un diámetro cercano a un metro, luce el tricolor nacional y en su interior tiene un decorado particular: “pinté el río, la canoa con su canalete, el pescado que se saca, la herramienta y el aguardiente que no puede faltar para meterse al agua”, cuenta entre risas don Manuel.

Él lleva la artesanía en sus manos: chinitas con palma, cucharones de madera tallados a mano, mochilas de guasca de plátano y hasta un arbolito de navidad con totumos son algunas de las creaciones de este hombre, capaz de vivir por un par de años en una cueva en medio del bosque y de cuya experiencia resalta que “las vivezas no siempre son buenas”.

Así es don Manuel, un trabajador incansable que aprovecha su talento con las palabras para crear historias que sirven como ejemplo de la sinergia que existe entre el hombre y la naturaleza.

Consejo de Redacción AdP

Esto es un homenaje a nuestros orígenes, un homenaje a esa Aldea del Piedras que crearon nuestros mayores, un homenaje a su coraje, su dedicación, su esfuerzo, su tesón, y su condición de visionarios.

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