Es al filósofo y naturalista alemán Ernst Heinrich Haeckel a quien se debe el término ecología, utilizado para referirse al estudio de las relaciones entre los seres vivos y el ambiente que los rodea. Haeckel fue un gran admirador de Charles Darwin e hizo grandes esfuerzos por difundir en Alemania la teoría evolucionista.
Es a partir de la teoría de la evolución que se esclarece una relación entre la especie humana y los primates, acotando que el lenguaje y el trabajo fueron los elementos determinantes del desarrollo de la conciencia racional.
El esfuerzo formidable de Darwin por demostrar la procedencia natural de la especie animal humana y sus nexos con el resto de los animales posee una limitación histórica: no tuvo tiempo para estudiar la consistencia de las cualidades sociales del hombre, que son también substancialmente diferentes a las de cualquier otra especie.
Tal limitación brinda entonces una visión meramente zoológica del hombre, y es por ello que las disciplinas naturales tienden a quedarse en el territorio de la etología para analizar el comportamiento humano con la misma lógica con la que se analiza el comportamiento de una comunidad de leones o una bandada de lobos. Este trasplante desencadena conclusiones tan hilarantes como las esgrimidas por el famoso zoólogo Desmond Morris, que tuvo sus quince minutos de fama con su célebre libro El mono desnudo, en donde la especie humana se mira al margen de la historia, la economía, la política y la cultura, que son esenciales en su condición social.
Así, individualmente considerado, el hombre es un elemento biológico. Sí, forma parte de la naturaleza y se identifica en sus componentes microscópicos y energéticos con el resto de los seres vivos, incluso con los elementos inorgánicos.
También el hombre, como el resto de las especies, consigue sus medios de vida en su entorno natural, pero la diferencia esencial es que la condición de la especie humana no es pasiva en ese entorno, como les ocurre a las demás especies, sino que es profundamente transformadora.
Por eso, es imperativo integrar el estudio de las ciencias sociales al hecho ecológico, pues la especie humana, además de ser una realidad natural, es también una realidad social.
Resignar el estudio a las variables de eficacia molecular y energética de la naturaleza y dedicarlo a aquello que se llama el hábitat natural, sin considerar la vocación transformadora, la capacidad de construir cultura y de levantar civilizaciones, que es consubstancial a la naturaleza humana, implica un desfase de dimensiones monumentales.
Oponerse a la minería, a los usos diferentes del agua, a los cultivos industriales, a las máquinas y a todo indicio de progreso y transformación, es una propuesta que le sugiere a nuestra especie sumergirse en la contemplación del entorno y regresar a épocas tan primitivas que son inviables.
El reto es acrecentar la responsabilidad de nuestra especie con el entorno, de manera tal que podamos sobrevivir conjuntamente.
Consejo de Redacción AdP
Esto es un homenaje a nuestros orígenes, un homenaje a esa Aldea del Piedras que crearon nuestros mayores, un homenaje a su coraje, su dedicación, su esfuerzo, su tesón, y su condición de visionarios.
